miércoles, 24 de agosto de 2011

SOBRE HABANASTATION (2011)

CINE CUBANO, la pupila insomne

Un Blog sobre el cine cubano, su crítica y su público, con el patrocinio académico de "Cuban and Caribbean Studies Institute” y el “Stone Center for Latin American Studies” de la Universidad de Tulane (Nueva Orleans).

HABANASTATION (2011), de Ian Padrón

ago 24

Posted by Juan Antonio García Borrero

Muerto el homo cinematographicus en la isla, parecía difícil que el cine cubano pudiese reanimar, aunque fuera de modo eventual, esas salas que más que salas sugieren ser ahora el camposanto fílmico donde levitan sin paz las almas de miles de ex-cinéfilos, a lo largo y ancho del país.Habanastation (2011), el primer largometraje de ficción de Ian Padrón, ha conseguido el milagro de la resurrección, y esto le añade su cuota de mérito a una película que tal vez nunca se propuso esos índices de recepción.

Quizás toda referencia al filme debiera empezar por allí: por tasar los resultados de acuerdo a las dimensiones del empeño inicial. Ello nos ahorraría el desliz de reclamarle a la obra lo que nunca prometió. Nos ayudaría a entender que uno no va al cine para ver la película que quisiéramos haber hecho, sino para ingresar en un mundo que, de acuerdo a la destreza de los realizadores, podrá resultarnos atractivo o insoportable. Los que hacen cine (y ahora por extensión, construyen historias audiovisuales en los más diversos soportes), saben que en última instancia deben responder por sus habilidades para construir universos autónomos, y no exactamente por duplicar de modo dócil la imagen de aquellos que (re)conocemos en nuestra vida cotidiana.

Hay que agradecer la seguridad con que en todo momento Ian Padrón asume esto último. El desenfado con que retorna a ese viejo oficio de cuentero que nos hacía olvidar esas exigencias de “realismo” que, de adulto, anteponemos a lo que nos cuentan, para regalarnos una fábula en su estado más puro. Habíamos olvidado esa agradable sensación que fue la que posibilitó que el cine, en su primer siglo de existencia, alcanzara con rapidez el respaldo que obtuvo.

Al homo cinematographicus que he llegado a ser yo mismo, llegó a faltarle la inocencia de los primeros días, y le ha sobrado la impaciencia por “razonarlo” todo, por desmitificarlo todo: sin darnos cuenta comenzamos a exigirle a los cineastas lo mismo que a los políticos, a los científicos, a los periodistas, a los paladines de la ética: apego a la verdad. Sin notarlo hemos terminado siendo policías por cuenta propia del mensaje fílmico. No tuvimos reparos en ceder buena parte de esa inmensa libertad que significa explorar por un rato topografías invisibles en los mapas trazados con soberbia por los hombres, y nos hicimos otra vez esclavos de las mediocres expectativas de los demás. Si de niño agradecíamos del cine las “emociones”, ya de adultos hemos olvidado el contrato original de suspensión de la incredulidad, y le demandamos “argumentos” con el fin de demostrar o descalificar nuestras propias tesis sobre la realidad. Al final no pretendemos otra cosa que domesticar al cine, convertirlo en algo demasiado predecible: en una recámara de ecos y quejas impersonales.

Cuando veo una película como Habanastation siento que me devuelven a una edad que ya se me antoja prehistórica. Y no estoy aludiendo al hecho epidérmico de que se trata de una aventura protagonizada por niños, sino que me recuerda ese tiempo en el cual lo que importaba era seguir las peripecias de esos personajes inventados por los cineastas, insertarse con ellos en los escenarios propuestos, ayudar a los protagonistas a sortear las dificultades que se les presentaban, y sentir que, aún encendidas las luces de las salas, estos siguen haciendo de las suyas en nuestras mentes.

Ello pareciera sencillo de conquistar, y sin embargo, entre nosotros es un escollo de marca mayor por lo que de algún modo he sugerido antes: dado nuestro contexto tan peculiar, involuntariamente esperamos del cineasta cubano un compromiso explícito con la realidad inmediata que, en cambio, jamás echamos en falta en un realizador de Hollywood. Por eso es que resultan tan raras en nuestras producciones las historias de piratas, de extraterrestres, de brujas, o fantasmas.

En nuestro imaginario esto no encajaría por ningún lado con la prestigiosa política de autor, que supuestamente demanda el tratamiento de asuntos más “transcendentales” y reales. Dentro de este conjunto de descalificaciones maniqueas cae también el cine infantil, o mejor, el cine interpretado por niños. No es casual que a lo largo de casi cuatro décadas, en la producción de ficciones del ICAIC apenas figurase un material de estas características: el mediometraje Arrecifes(1974), de Miguel Fleitas.

Ian Padrón debió lidiar entonces con un déficit de tradición institucional en cuanto al género con el que ha decidido debutar en el largo de ficción. Ni siquiera la excelente Viva Cuba (2004), de Juan Carlos Cremata, fue producida por este instituto, instituto donde, paradójicamente, sí ha existido toda una escuela del dibujo animado orientado a los más pequeños, y en la cual descuella como uno de sus principales líderes, si no el principal, justo el padre de Ian (y del célebre Elpidio Valdés): Juan Padrón. Esto último, aunque extra-cinematográfico, tengo la sospecha que debió ser otro gran desafío, pues, ¿quién se siente cómodo enfrentando expectativas que no nacen del juicio hacia la obra propia, sino de las comparaciones con lo que ya existe y ha sido canonizado?

En Habanastation, Ian Padrón confirma lo que se insinuaba en su emotivo Fuera de liga (2007): primero, una fidelidad hacia la urbe capitalina que, para quienes no vivimos en ella, podría rozar con lo irracional; y segundo, apego a la exposición compleja del asunto, no obstante el aparente convencionalismo de la representación. En su caso, lo interesante nunca es registrar la realidad como pareciera que es, sino proponernos nuevos niveles de percepción allí donde lo cotidiano nos ha hecho invisible la existencia misma.

Se sabe que si algo distingue al arte de la moral, por ejemplo, es que en el primero es posible encontrar alternativas a aquello que en lo segundo ya ha sido dictado como un imperativo, como un dogma que no se puede evadir. El artista es hereje porque saca a relucir lo artificial y mediocre de ese universo unidimensional en el cual ya aparece todo prescrito, y los seres humanos terminan adocenados por las reglas sociales. En el universo creado por el artista, como en la vida misma, lo predecible está prohibido.

Esa voluntad del azar que experimentan los dos protagonistas a lo largo del filme, esa vocación por vivir la vida como un juego (trágico, pero juego al fin), es a mi juicio lo que le ha concedido aHabanastation una frescura inusual, y con ello el respaldo mayoritario de su público. Respeto las interpretaciones (ya sea a favor o en contra) que apenas han tomado en cuenta el lugar y la época en que se desarrolla la historia, pero si quiero ser coherente con lo que expresé con anterioridad, debo admitir (aún a riesgo de decepcionar a Ian Padrón) que a mí lo que menos me interesó de la historia fue su supuesta habananidad, sino en todo caso, su universalidad. La Cuba fabulada por el cineasta en su filme (una de las tantas Cubas posibles de construir en pantalla), elude de modo inteligente cualquier tipo de caracterización cristalizadora para, en cambio, estimularnos a viajar en la geografía espiritual.

Y que ese viaje tenga su origen en la mirada de unos niños, que ese viaje hacia ese mundo por explorar o construir se inicie en ese puerto siempre abierto a la aventura, que es la infancia, me estimula aún más, porque nos invita a poner en su lugar, aunque sea por un rato, ese amargadoaprendizaje de la decepción (como lo nombra en un hermoso texto el estudioso José Luis Brea) en que, por lo general, termina constituyéndose el acceso a la más altisonante madurez.

Juan Antonio García Borrero

Otra entrada sobre Habanastation en el blog:

martes, 16 de agosto de 2011

El día que se vio cine en La Habana por primera vez

El día que se vio cine en La Habana por primera vez

Por: Sergio Nuñez Martinez

La guerra de independencia contra el colonialismo español estaba en su pleno apogeo y la ciudad de La Habana sufría una devastadora epidemia de viruela que prácticamente diezmaba a la población más humilde, fundamentalmente a los reconcentrados de Valeriano Weyler en campos y ciudades.En este contexto arribó al puerto de La Habana el vapor Lafayette el día 15 de enero de 1897, procedente de Veracruz, México.

Un pasajero de bigotes puntiagudos, barbilla rala, frente amplia y de buenas maneras descendió por la escalerilla de la embarcación sin sospechar que a su paso por La Habana se iba a insertar para siempre en la historia de la cultura cubana.

Este representante de la Casa Lumiere se nombraba Gabriel Veyre y traía en su equipaje un número de filmes listos para su proyección. Películas realizadas por él en México y las primeras que los hermanos Lumiere habían estrenado con notable éxito en el Gran Café, en el número 14 del Boulevard des Capucines en Paris dos años atrás. Traía también una cámara tomavistas que era a la vez impresora y proyector de imágenes en movimiento.

Después de una larga explicación a los curiosos funcionarios de aduana acerca de las funciones que realizaba aquel novedoso aparato, sale del puerto en busca del hotel más cercano para descansar del viaje.

Al día siguiente se dio a la tarea de buscar un local donde proyectar las películas que trajo consigo. Muy fresco en su mente latía el recuerdo de cuando llegó a México en agosto de 1896 con el mismo propósito de exhibir sus filmes y rodar algunas películas de la vida en ese país.

Visitó varios locales disponibles en la ciudad hasta que finalmente encontró el ideal en la calle Prado 126 al lado del Teatro Tacón. Este local lo ocupaba con anterioridad la Exposición Imperial, en el que se podían ver vistas fijas iluminadas de personalidades, ciudades, paisajes, etc., a través de unos gemelos y de forma individual.

Monsieur Veyre sabía lo que hacía. El local seleccionado por él estaba situado entre el Teatro Tacón y el Cuerpo de Bomberos del Comercio lugar céntrico que podía atraer a un numeroso público. Sólo había que esperar si el cinematógrafo acapararía la atención de los habaneros cuando entablara competencia con el teatro, donde actuaba la afamada actriz española María Tubau que se encontraba de temporada en el Teatro Tacón.María Tubau llenaba el teatro cada noche de su presentación. Frou-Frou, El hombre de mundo, Felipe Derbley y Nieves, eran las obras que anunciaban las carteleras y la prensa habanera del momento. La Habana entera hablaba de su gran talento y sus facultades histriónicas. De sus cualidades de gran señora y su elegancia al hablar y al vestir. Del vestir se decía que en toda la temporada no había repetido un traje.Por otra parte, en el teatro Albizu, el comediante Frégoli conquistaba aplausos cada noche “con sus excentricidades y variedad de voces”. Era innegable la cantidad de público que llevaba al teatro en cada función.Frente a estos dos artistas el francés se preguntaba si su espectáculo los podría superar en preferencia.

La experiencia le indicaba que lo primero que tenía que hacer era invitar a la prensa a una velada especial. Y una vez instalado el cinematógrafo envió las invitaciones a todos los directores de periódicos de la ciudad.

Al día siguiente de la proyección de las películas a la prensa se reflejó en la misma la gran acogida que había tenido el programa. Jacobo Domínguez Santí, en la edición de la mañana del Diario de la Marina del domingo 24 de enero de 1897 escribió una crónica donde entre otras cosas decía: “Anoche en la prueba del mencionado cinematógrafo, se exhibieron preciosas vistas de movimiento, siendo las más celebradas El desfile de un escuadrón de Coraceros, La tempestad en el mar, El ferrocarril en marcha (en realidad se trata de La llegada del tren), La puerta del Sol de Madrid y la que representa la llegada del Zar a Paris”.“Las funciones se efectuarán en tandas de media hora, desde las 6:30 de la tarde hasta las 11:30 de la noche. Si como vemos esta crónica apareció la mañana del 24 de enero de 1897 quiere decir que el grupo de periodistas que acudió a la invitación hecha por Veyre el día anterior fueron los que vieron cine por primera vez en Cuba.

Al parecer había nacido la crítica cinematográfica este día de 1897. Veamos la descripción que hizo un cronista ese día de El desfile de un escuadrón de Coraceros: “Se ve una llanura. Los oficiales conversan en primer término. El que está a caballo se pone a fumar. Se despiden. Queda sólo el campo.¿Qué es aquello que parece agitarse en la línea del horizonte? ¡Bah! Serán pinos de las montañas; pero fijándose cualquiera diría que es la montaña que se acerca. ¿Se verificará el milagro bíblico? No. Es una bandada de aves o una nube de polvo. El viento suele hacer estas travesuras en los campos desiertos y la masa indecisa y flamante como un montón de bruma que corriese impulsada por el norte a ras del suelo, se aproxima cada vez.

Pero el viento hiere la bruma y surge un reflejo y enseguida se ve brillar una línea de púas de plata y por fin se descubre un contorno y se adivinan entre la polvareda, las corazas, los cascos, las espadas y las inquietas cabezas de los caballos. ¡Ah! Es un batallón de coraceros que a galope tendido se adelanta por la llanura empapada de sol. Viene a nosotros, se acerca empapada de sol. Distinguimos los uniformes, los cuerpos, las bridas, los crines de los corceles. Y cuando creemos que vamos a ser arrebatados en la bélica carrera de aquel ejército triunfante; torna de un golpe la claridad para salvarnos de la catástrofe”.

Tamaña descripción para una película que duraba alrededor de un minuto, era ver demasiado en ella. Quizás el camarógrafo que rodó esta escena no tuvo esas intenciones que vio el cronista. Otros escribieron de la maravilla de fin de siglo, pero no fueron tan descriptivos como la crónica que acabamos de ver.

En próximos trabajos volveremos sobre el cinematógrafo. El que llegó en medio de la victoriosa guerra que libraban los cubanos, la epidemia de viruela y la reconcentración de campesinos y pobladores de la ciudad que ordenó el capitán general de la isla Valeriano Weyler con el propósito de evitar que colaboraran con los combatientes cubanos. Monsieur Veyre, con otro hecho que ocurriría a pocos días de haber instalado el cinematógrafo en La Habana, se va a insertar para siempre en la historia de la cultura cubana.

Bibliografía:
Fragmentos de un guión del autor para un documental de ficción no realizado.
Rodríguez, Raúl. El cine silente en Cuba. Ensayo. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1992.
Agramonte, Arturo. Cronología del cine cubano. Ediciones ICAIC, La Habana, 1966.
Revista El Fígaro Enero-abril 1897
Carlos Fernández Cuenca, Historia del cine. Editorial Afrodisio Aguado, S:A.. Madrid,. España. 1948.